Para esta segunda entrega, he escogido un
episodio que sucedió hace unos años, en una Sociedad Micológica de la cual no
daremos el nombre. Corrían los últimos días de junio y acababa ya la temporada
de primavera de aquel año. Antonio (nombre ficticio de la persona que me contó
la historia), se afanaba aquel último lunes de temporada en identificar las
especies que le traían los compañeros, con el fin de explicarlas y pasarlas
entre los asistentes a la reunión, para que aprendieran a distinguirlas. En
esto, alguien le paso un Boletus “raro”, por su aspecto encajaba relativamente
bien con la especie Boletus
pulchrotinctus, propia de encinares en suelo calizo (y considerada como
tóxica), pero lo que no le cuadraba era el hábitat donde lo habían recolectado,
bosque de roble melojo (Quercus pyrenaica)
en suelo silíceo. Se creo una pequeña controversia entre varios de los expertos
que por allí andaban para tratar de identificar la especie. No se pusieron de
acuerdo en su clasificación, y como sucedía en esos casos, se aparto a un lado
y no se explicó aquella tarde. Normalmente hubiera acabado en la basura,
pero...............
Como es costumbre en muchas sociedades
micológicas, el último día de cada temporada, se juntan los socios después de
la última reunión micológica para tomar algo y así despedirse hasta el otoño.
Pues bien, allá que se fueron a un conocido local de la ciudad, cuya
especialidad es el pollo asado y la sidra, para celebrarlo por todo lo alto.
Antonio, una vez recogida la sala de la reunión, se dirigió también al
restaurante para compartir con sus compañeros, esos agradables momentos. Y
entonces fue cuando...........¡¡reapareció el Boletus!!. Si, el mismo que había
quedado sin identificar en la reunión de la tarde, lo tenía en su poder un
compañero al que llamaremos, Pepe, y lo estaba cortando en finas lonchas,
obviamente con la intención de comérselo. Antonio, al entrar al local y verlo
le espetó “Yo que tu no me comería ese boleto, ya que, no hemos sido capaces de
identificarlo y no estamos seguros que no pueda ser una especie tóxica”, a lo
que Pepe contesto muy ufano “esto es un Boletus
regius, si lo sabre yo que me he comido unos cuantos”. Antonio le siguió
insistiendo un buen rato y al final lo dejo por imposible. No solo Antonio le
reconvino a que no se comiera el Boleto, también Damian, otro conocido micólogo
que da cursos y conferencias por toda España, y el propio presidente de la Sociedad, un micólogo de
fama internacional. No hubo manera, Pepe “loncheo” el boleto, lo mojo en aceite
de oliva y lo más grave, lo repartió entre los compañeros que entraban a la
cena. Muchos de estos, con la confianza que tenían en Pepe lo comieron. La cena
se desarrollo con normalidad y nada más acabar, Antonio y su mujer se fueron
rápidamente a su casa.
Al día siguiente, Antonio acudió a trabajar
con normalidad y como a media mañana, recibió una llamada telefónica de uno de
los comensales de la noche anterior, al que llamaremos Pablo. Después de los
saludos de rigor, Pablo le pregunto de “sopetón” “Os ha sentado mal la cena”, a
lo que Antonio contesto “pues la verdad es que no, nos encontramos bien” “Es
que nosotros nos hemos pasado toda la noche sentados en el servicio y
vomitando” resopló Pablo. De pronto, a Antonio se le “encendió la bombilla” y
preguntó a Pablo “¿vosotros comisteis del Boleto de Pepe?” a lo que este
respondió “claro ¿vosotros no lo probasteis?”, “por supuesto que no, se quedó
sin clasificar por que no estábamos seguros de la especie, Pepe lo cogió y,
pese a todas nuestras advertencias, se empeño en comerlo”. Después de comprobar
que Pablo y su pareja, pese a la intoxicación, estaban bien, Antonio se aplicó
a la tarea de localizar uno por uno a todos los asistentes a la cena para ver
en que situación sanitaria se encontraban. Al final de la mañana, después de
múltiples llamadas, constato que la “gracia” de Pepe había dejado ¡¡23
intoxicados!! (los que probaron una loncha del boleto, incluido el mismo), con
un síndrome de los llamados leves (si, si, leve entre tres y seis horas sentado
en el “trono” y vomitando sin parar), otro compañero le confesó que creyó que
se moría. Por suerte, nadie estuvo grave (una compañera pasó en el hospital 24
horas en observación) y no dejo secuelas en ninguno de los intoxicados. Pepe
sigue siendo miembro de esa sociedad micológica, sus compañeros le perdonaron (
a pesar del error es una excelente persona) y poco a poco todo ha quedado en
una anécdota para contar en la excursiones.
La moraleja de esta historia es que NUNCA
HAY QUE BAJAR LA GUARDIA CON
LAS SETAS. Hay un momento en la vida del aficionado a la micología en el que ya
lo creemos saber todo sobre las setas. Y es entonces cuanto nos descuidamos y
dejamos de prestar atención a las alarmas que habíamos establecido para evitar
las intoxicaciones. Cuando se tenga la más minima duda NUNCA CONSUMIR LAS SETAS
y por supuesto, hacer caso de las indicaciones de los expertos en la materia.
Juan Carlos Campos