Hola
amigos seguidores del blog de mico-gastronomía asturiana. Os hago ahora el
relato de un par de excursiones a los Oscos que hicimos recientemente Ken, Juan
y yo, Manuel. Espero que os resulte interesante y entretenido.
El
tiempo caluroso y seco que disfrutamos durante este verano, tan poco propicio
para la aparición de setas, motivó la suspensión de nuestras salidas
micológicas hasta que las lluvias de la segunda quincena de setiembre nos
animaron a reemprenderlas.
Nos
pusimos pronto de acuerdo para la salida pero no así para fijar el destino. Al occidente
sí -tenemos de siempre la idea de que por allí aparecen los primeros boletos y
níscalos- pero ¿a dónde en concreto? Conocemos poco aquella zona. Las noticias
de varias salidas en aquellos días, con buenos resultados, a los sitios más
habituales de occidente nos hacían pensar que esos destinos podrían estar muy
saturados de visitas. Decidimos que los Oscos, algo más alejados de Gijón, sería
el destino más aconsejable.
Dicho
y hecho. Las 8 de la mañana y en marcha. Allá nos vamos en amigable
conversación. Disfrutando de los parajes que se nos van apareciendo mientras
circulamos cómodamente por la autopista de la costa, en las tempranas horas de
la mañana de aquel soleado sábado, de un verano que no se acaba. A medida que
avanzamos, vamos tomando nota de bosques que nos gustaría visitar, en los que,
probablemente, encontraríamos tal o cual especie de setas en el momento
apropiado. Así vamos ampliando nuestro conocimiento de destinos para próximas
salidas. Después, las cosas no funcionan como pensamos pero no dejamos de
intentarlo por eso.
Iniciamos nuestra búsqueda por los bosques próximos al Alto
de la Garganta. Vamos hacia un par de fincas que en otro tiempo visitamos con
el bueno y recordado Ángel Rico y nos
encontramos con la sorpresa de que están muy bien cerradas y luciendo carteles
de prohibido el paso. Nos llamó la atención, pues no advertimos ningún cambio
que nos descubriera alguna nueva actividad en aquellos bosques.
Después de un recorrido por las cercanías, evitando las
fincas señaladas, nos alejamos hacia el Sur y entramos en un extenso bosque.
Tiene un aspecto estupendo y parece fácil de andar. Pronto encontramos las
primeras especies, entre las que destacamos la Rúsula mustelina (a la que a primera vista confundimos con
boletos). La mustelina
es semejante a la íntegra y se la menciona
a menudo como buen comestible, con sabor a avellana. Diré aquí que cuando la
probamos al día siguiente a ninguno de los tres nos entusiasmó su sabor algo
dulzón, pero ya se sabe, sobre gustos… además, la receta influye mucho siempre.
Pronto localizamos los primeros níscalos, a los que en seguida se sumaron más. No tardó Ken en
darnos el grito de ¡un boleto! Era un edulis
de buen tamaño y sano. Aquello nos dio alas para continuar buscando.
A lo largo de la mañana seguimos recolectando níscalos, unos cuantos boletos y algunas rúsulas eterófilas. También vimos un buen número de molineras (Clitopilus prunulus), seta
conocida como el delator de boletos.
Ambas comparten hábitat y temporada, así que es fácil que encuentres boletos en los alrededores de donde
encuentras molineras. Aunque éstas
suelen anticiparse a aquellos.
Las molineras son
un buen comestible, sin embargo no las recolectamos debido a que entre sus
características está la de ser muy frágil. De manera que, si no vienes al monte
preparado con algún recipiente rígido para ellas, se destrozan mezcladas con
las demás. Por otra parte, se la puede confundir fácilmente con algunos clytocibes blancos muy tóxicos así que,
si no se la conoce muy bien, mejor no cogerla.
Satisfechos
con la cosecha conseguida, salimos en busca de nuevos lugares. Encontramos
zonas pobladas de robles y castaños. Nos las prometíamos felices pensando en
los rebozuelos que podríamos conseguir
allí pero todo quedó en nada. Aquel terreno estaba seco. Con la hora del
almuerzo cumplida y con las cestas cargadas, el impulso de por la mañana había
volado.
“Vamos a comer” –¿a dónde?-. El Ventorrillo nos traía buenos
recuerdos, pero nos quedaba un poco lejos. En Santa Eulalia, en otra ocasión,
también habíamos quedado bien. El tiempo se nos echaba encima y había que
pensar en el regreso. Villanueva parecía mejor opción y para allá arrancamos.
Buena parte de la carretera de la Garganta a Villanueva se
extiende a lo largo de un desfiladero no muy agreste. Va bordeando un río invisible
escondido en una continua arboleda de castaños, abedules, algún herbal de los
cazadores y otros árboles casi hasta la entrada del pueblo. A medio camino, una
señal nos advierte de la existencia de una cascada que decidimos, sobre la
marcha, visitarla a la vuelta. Lamentablemente no lo hicimos. El reloj vuela y
lo que se deja para más tarde queda sin tiempo como no sea una parada prevista
de antemano. No dejaremos pasar esta temporada sin visitar esta cascada y de
reseñarlo en la crónica de esa próxima excursión.
Aparcamos a la entrada de Villanueva al lado de la antigua
iglesia de Santa María, que nos cuentan fue convento de la Orden del Cister. Es
un edificio grande que nos proporciona una buena sombra para nuestras setas
guardadas en el coche. Allí mismo, al otro lado de la carretera, vemos el Restaurante
Oscos. Tiene un aspecto bueno, rústico y muy agradable con su terraza delantera
a la sombra de las sombrillas en aquel día veraniego.
Pasamos el bar y entramos al comedor. Nos recibe Lorena, muy
profesional, nos ofrece una mesa y en seguida atiende nuestros pedidos con
diligencia y simpatía. Quedamos muy satisfechos de esta comida. Al sábado
siguiente, último del verano, repetimos esta excursión con resultados muy
similares a la primera, incluida, cómo no, la comida en el Restaurante Oscos
con idéntica satisfacción que anteriormente. No, diré mejor, si cabe, pues en
esta ocasión nos vamos satisfechos y con la dulzura de los excelentes almendrados
de producción propia con que nos obsequia José María después de saludarnos y de
corresponder a nuestras preguntas con cordialidad.
Todos conocéis, mejor que yo expresarla, la alegría con la que nos vamos de un lugar
en el que te has encontrado a gusto. Sientes la satisfacción de haber acertado con
tu elección y te vas con el deseo de volver. Así nos ocurre a nosotros con
Villanueva de Oscos.
Como la sobremesa se prolongó, la tarde se hizo corta. En la
primera excursión volvimos a casa por Illano. En la segunda el regreso lo
hicimos por El Gumio. En ambos casos incrementamos nuestra cosecha comestible escasamente.
Sin embargo, ambos recorridos resultaron interesantes, aunque por diferentes
razones.
De camino a Illano encontramos algunas especies de setas no
muy habituales. Destacaré por su belleza unos pocos gonfidios color canela que no tienen valor culinario.
La lluvia ligera que se presentó nos recordó que estábamos
aún lejos de Gijón y que nos convendría acortar el regreso en lo posible; y así
hicimos.
En la ruta de regreso de la segunda excursión nos llamó la
atención encontrar bosques ahora cerrados en los que estaban colocados carteles
de la Consejería de Medio Rural avisando de la prohibición de coger setas allí
si no se contaba con autorización. Era la primera vez que veíamos estos
carteles o similares. Esta prohibición y la de las fincas que habíamos visto al
principio de la primera excursión nos indican el inicio de una alteración en la tradicional y antigua afición de coger setas
en nuestra tierra. Ya veremos con qué amplitud y características. Confiemos que
esta prohibición, otra más entre tantas y tantas establecidas en nuestra
sociedad, no proporcione el privilegio de coger setas a unos pocos interesados y
se lo impida a todos los demás.
Pasamos de largo estos montes prohibidos y paramos en otros libres
en los que tuvimos la suerte de ver la Lepiota
felina, muy tóxica. Es una especie de pequeño tamaño con un aspecto muy
característico. Su sombrero es muy blanco y tiene en el centro un mamelón
marrón oscuro. Fue una pena no contar con la cámara fotográfica en ese momento.
Camino adelante nos alegró encontrar otras lepiotas mucho más saludables y sabrosas.
Las primeras Lepiotas proceras de la
temporada. Para mí las setas más ricas aunque, ya se sabe, sobre gustos… cada
uno tiene el suyo. Tampoco yo degusté muchos tipos de setas así que no hablaré
muy alto.
Concluiré diciendo que las dos excursiones finalizaron muy
bien. Una buena cena, las felicitaciones de los amigos invitados, un par de
“cocinillas” encantados, el aumento de nuestra afición y la satisfacción de
todos
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